Testimonio de un soldado torturado en la Guerra de Malvinas
Pablo de Benedetti, de la localidad de Vicente Lopez, cuenta con detalles sobre la tortura que vivio en la guerra.
En un largo monólogo, interrumpido varias veces por el llanto, este veterano da un panorama que ayuda a entender no sólo aspectos de la guerra en sí, sino de toda esa etapa signada por la falta de justicia y la brutalidad.
“Yo era clase 62, pero entré con la 63 porque
había pedido un año de prórroga para terminar el secundario. Me
incorporaron el 5 de febrero del 82 y en abril, el domingo de Pascua,
sin haber terminado la instrucción militar, viajo a Malvinas. Yo
pertenecía a la Escuela de Ingenieros de Campo de Mayo como soldado
conscripto, y fui enviado a Malvinas con la orden de participar en la
construcción de los campos minados. La Escuela de Ingenieros es donde
hizo gran parte de su carrera Galtieri, y el general que se comunicaba
con nuestros padres era Cristino Nicolaides.
En los días anteriores a jueves santo nos mandan a nuestras casas para que les contemos a nuestros padres que vamos a Malvinas.
El
miércoles llego a la casa de mis padres en Olivos y ellos se ponen
contentos porque pensaron que nos largaban para pasar con la familia la
semana santa, cuando les digo que a la mañana siguiente tengo que
presentarme en Campo de Mayo porque el domingo me voy a la guerra, no me
creen, me dicen que debo estar equivocado, que qué se yo de armar
minas. Al otro día me acompañan, yo tengo varios hermanos, toda la
familia a Campo de Mayo.
El jueves n s enseñan lo que es una
mina, la única que vimos antes de llegar a Malvinas. El sábado nos
permiten ver a nuestros padres, el domingo ya no, ellos, mi familia y
las de otros conscriptos están en la calle y nos saludan de lejos a
través del alambrado. Nos llevan en camiones a El Palomar, de ahí en
avión a Santa Cruz y en otro avión a Malvinas donde llegamos el lunes a
la mañana.
Desde el 2 de abril nos venían lavando la cabeza con
que nosotros íbamos a Malvinas para que la guerra no llegara a Buenos
Aires, y no mataran a nuestros padres, familia, amigos, y uno a los 19
años y con una Plaza de Mayo llena de gente apoyando, se lo cree.
Uno
piensa con total inocencia que, si va a la guerra por su país, para a
recibir un trato diferente al que recibimos. Desde el puerto caminamos
por el pueblo hasta unos galpones que había del otro lado, y los chicos
nos miraban, los chicos de ahí, chiquitos, seis años, ocho, diez, desde
las ventanas o los jardines que casi todas las casas en las islas
tienen, un militar, un oficial, nos decía que le apuntáramos a los
chicos para que no nos vean y se metan adentro ((Llanto) ahí me cayó la
ficha que no iba a ser como yo pensaba.
Después de pernoctar dos
días en esos galpones nos dividen y a mí me toca una sección, justo
atrás del hospital donde hacemos una posición, esto es cavar pozos de
zorro, pozos de 2 metros de largo y 1,50 de profundidad, que se tapan
con pasto y paja para que no puedan reconocerse desde los aviones. Ahí
uno duerme, esos pozos por las inclemencias climáticas, llueve mucho,
hace mucho frío, hay mucho viento, mucho más de lo que uno puede
imaginar desde acá, esos pozos se llenan de agua. Como no se podían
usar para los fines bélicos, se convirtieron en lugares de castigo para
nosotros, los soldados. Te hacen meterte en el pozo con el agua helada
hasta la cintura, y después no te podés secar, por el clima, y se te
congelan las piernas.
La primera vez que me meten es porque
agarramos carne de una oveja que habían matado los suboficiales, y
nosotros hacía unos días que estábamos casi sin comer; tanta hambre
teníamos que la comíamos cruda.
Cuando te descubren, te bailan
horas, te bailan quiere decir que te obligan a hacer ejercicio físico,
carrera, cuerpo a tierra, salto de rana, flexiones, a veces durante
horas.
A mí me hicieron el baile al lado del campo minado que habíamos hecho, y hasta me gatillaron en falso un fúsil FAL en la cabeza.
Otra
vez fui a buscar agua con la cantimplora a un camión cisterna que
estaba a unos cien o doscientos metros, no teníamos nada de agua desde
hacía muchas horas, y otra vez me mandan al pozo de zorro, como ya
estaba muy mal, con las piernas muy hinchadas, casi no podía caminar, me
llevan al médico, el capitán médico le dice al sargento Romero, que era
uno de los que nos torturaba, el otro se llamaba Monges, que me tenía
que dar ropa seca, medicación, que me la dio, y tenía que descansar al
lado de una fogata porque corría riesgo de perder las piernas por
congelamiento. Cuando volvemos a las posiciones el sargento Romero me
tira la medicación, me dice que él sabe más que el médico, y que lo mío
se cura con más pozo de zorro. Esto hasta el 30 de mayo, que volvemos a
los galpones, que estaban cerca del lugar donde atendía el médico, el 2
de junio me voy arrastrando, ya no podía caminar, hasta ver al capitán
médico, que apenas me ve me carga en un camión y me lleva al hospital de
Malvinas, donde me tienen que cortar los borceguíes y las medias porque
no me las podían sacar por la inflamación y las lastimaduras, las manos
también las tenía llenas de ampollitas y pequeños granitos que produce
el frío extremo y húmedo.
Poco antes de embarcarme en el Bahía
Paraíso un teniente llamado Blanco me dice que en tres días me tengo que
presentar en el frente, en las posiciones, pero los médicos me embarcan
igual, salimos rumbo a Puerto Belgrano, tardamos seis, siete días en
llegar.
En el bahía Paraíso nos llevan a santa Cruz, de ahí en
avión a Punta Alta y después en camiones a Puerto Belgrano, ahí me
internan. Cuatro veces por día me cepillaban las piernas con un cepillo
embebido en Pervinox porque se me estaba pudriendo la piel, me salvé que
me amputaran, pero hasta el día de hoy sigo tomando medicación para la
circulación en las piernas.
Internado, no me dejaban hablar por
teléfono, un día pido una silla de ruedas para ir al baño y me meto al
office de una enfermera para hablarle a mi familia, para avisarles donde
estaba, pero me agarra un jefe y me dice que no puedo hablar, que
estamos en guerra y me corresponden sanciones, le digo que se vaya bien a
la mierda porque mientras él estaba calentito tomando café yo vengo con
las piernas destrozadas del frente de combate, y que voy a hablar le
guste o no; una operadora me dice que tiene que escuchar la
comunicación, le digo que sí, que lo único que quiero es avisarle a mi
familia que estoy vivo y en el continente.
Mi vieja no me creía
que era yo, se pensaba que era otro hermano, pero esa misma noche viajan
y llegan a la mañana siguiente, cuando les dicen que casi seguro me
tienen que cortar las piernas.
Estuve internado unos 20 días,
hasta que me mandan a campo de Mayo, donde me dice un mayor que en 3
días me tengo que presentar a terminar mi servicio militar, yo le cuento
todo lo que pasé y le digo que si me hacen eso agarro un fusil y quemo a
cualquiera que se ponga adelante, entonces me dan licencia hasta la
baja, pero antes me hace pasar por la Junta Calvi, que es una junta de
justicia militar en tiempos de guerra, que está obligada a tomarte las
denuncias, resulta que a mi me dicen que firme un papel donde reconozco
que estuve bien tratado, como me quería ir a mi casa lo más rápido
posible les firmo, pero por eso es este juicio que entablo ahora.
Cuando
llegás a tu casa es otra odisea, otro calvario, ya nada va a ser igual
que antes, que las conversaciones con tus padres, tus hermanos, ya no
son iguales porque hay cosas que no entienden, y vos hay cosas que no
entendés, que perdiste mucho, que mientras tus amigos estaban en un
boliche bailando vos estabas matando gente y esquivando tu propia
muerte, que te usó un gobierno para tratar de perpetuarse, y que el
pueblo que nos apoyaba cuando nos íbamos para allá, ahora nos hacía
culpables de la derrota.
Yo sentí lo que deben haber sentido las
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la incomprensión del dolor por parte
de los que te daban la espalda, que “malvinizar” estaba mal, ellas eran
las “Locas”, nosotros los “locos de la guerra”.
En Malvinas los
militares argentinos eran los mismos que acá durante el Proceso se
robaban pibes, secuestraban, torturaban, afanaban, aunque hay que decir,
porque me consta, que no todos fueron iguales.
A mí, en este
recurso que presento ante la Comisión Provincial por la Memoria, un jefe
me sale de testigo, contra otro que es el que acuso. Hace dos años fui a
un asado que se hace regularmente en donde antes estaba la Escuela de
Ingenieros, yo nunca iba porque no me quería encontrar con cierta gente,
pero esta vez fui porque me aseguraron que no iban a estar, pero uno
estuvo… y me viene a saludar, yo le pongo la mano en el pecho para
frenarlo y le digo - Yo a vos no te saludo porque sos un hijo de puta.-
El me dice que no puede ser que tenga tanto resentimiento después de
todos estos años, que no soy quien para manchar su legajo, y que debo
estar con un Centro de Soldados de La Plata al que acusan de ser
“zurdos”. Se justifica, es tipo que se llama Romero, diciendo que en esa
época no existían los Derechos Humanos y que la ley era la ley militar
por estar en una Dictadura, yo le dije que los Derechos Humanos y la
dignidad existieron siempre.
A todo esto otro suboficial
presenció la discusión y le dice a Romero que el jamás le hizo eso a un
soldado, y Romero le contesta que no le puede decir eso porque son
camaradas de armas, después se pasó todo el asado hinchándome las
pelotas con que no le hiciera el juicio, que eran temas que debían estar
olvidados, al final le dije —Te lo voy a hacer y te voy a hacer mierda
porque cada día que tomo la medicación para las piernas me acuerdo de
vos y de los pozos de zorro.-
El suboficial que lo enfrentó me
preguntó porque nunca lo había dicho, y yo le respondí que nunca iba a
los asados para no encontrarme ni a Romero ni a Monges, entonces me dijo
que me iba a ayudar porque no puede ser que estas cosas no tengan su
debida justicia, su debido castigo.
Un día Romero me llama y me
dice que quiere hablar, yo le digo que voy a ir con dos veteranos para
que escuchen lo que me vaya a decir, me cita en un bar y él no va,
entonces yo de ahí me voy a hacer un trámite al Hospital de Vicente
López, y me agarra en la escalinata, me dice otra vez que no entiende mi
rencor, y que lo malinterpreté cuando me habló en el asado
justificándose, yo le digo que lo malinterpretaron varios, porque se
ofrecieron como testigos. Después me dice que no se acuerda de haberme
hecho ese castigo pero que si lo hizo fue porque algo habría hecho yo,
el argumento de aquella época; a partir de ahí me hablaba por teléfono
para amenazarme, para decirme que me podía morir, cosa que ya está
también en la causa y de la que tengo varios testigos. En una causa
anterior un tribunal de Tierra del Fuego declara los hechos como
violación a los derechos Humanos y por lo tanto imprescriptibles. Los
militares apelan y ganan en Casación 2 a 1, y es por eso que ahora está
en la Corte Suprema.
Yo no actúa por rencor sino por un
sentimiento de justicia y convicciones, yo necesito justicia por lo
sufrido, y la sociedad, así como necesitó saber que poasó con los
desaparecidos, necesita saber que pasó con Malvinas, para crecer como
comunidad.
Libros
"Los antecedentes de este libro se remontan a noviembre de 1982 cuando por resolución del entonces comandante en jefe de la Armada almirante R. Franco se encomendó al autor la tarea de escribir una 'Historia militar de las operaciones navales durante el conflicto del Atlántico Sur'.Como su nombre lo indica el objetivo no fue juzgar las conductas profesionales o personales de los individuos que habían participado en el conflicto del Atlántico Sur, sino analizar los hechos operativos puntualizando los aciertos y detallando los errores de aquel accionar.Las paginas de este libro describen los hechos tal como ocurrieron, sin ocultar las fallas existentes o exaltar el heroísmo y la eficiencia de muchos de los protagonistas.Este libro nos ofrece por primera vez una perspectiva diferente y muy valiosa al ser originado en una exhaustiva investigación basada en informes de quienes protagonizaron los hechos..."
Documental Argentino